"The Music We Call Country" (2024): los sonidos del corazón norteamericano
- Sebastián Zavala Kahn

- 1 oct
- 4 Min. de lectura
El documental de Greg Gross explora tanto del origen de la música ‘country’ como de dos de sus representantes actuales.
Por Sebastián Zavala CRÍTICA / VIDEO ON DEMAND

El country es de los pocos géneros musicales que parecen ser populares únicamente en los Estados Unidos. Por alguna razón u otra, no es un tipo de arte que haya podido salir de aquel país, por más de que incontables músicos y cantantes se dediquen a escribirlo y tocarlo, y sean premiados año tras año en certámenes como los Grammy. Por ende, el público fuera de los Estados Unidos sabe muy poco de esta música y su gente, razón por la que ver un documental como The Music We Call Country resulta tan gratificante.
Lo es porque nos instruye sobre un tipo de música que no tiene presencia en países como el Perú, y porque fuera de hablarnos sobre los orígenes del country a nivel cultural, se centra en la gente que fue importante en su desarrollo. El filme, además, hace énfasis en el rol que tuvo la ciudad de Bristol, Tennessee, en la creación de dichas canciones a finales del siglo XIX y principios del XX, así como en la creación del gramófono (inicialmente por Thomas Edison) y luego los Long Plays. Sin la música grabada, el country ciertamente jamás se hubiese convertido en uno de los géneros musicales (todavía) más populares del país, llegando a un público que inicialmente no sabía mucho sobre sus artistas.
El director Greg Gross hace un trabajo decente narrando la historia de los orígenes del country en orden cronológico. Comienza por la llegada de esclavos afroamericanos al país y la música que cantaban mientras eran obligados a trabajar, después menciona a los artistas que decidieron profesionalizarse y, por supuesto, los dueños de las productoras y empresas de grabación que comenzaron a trabajar primero con los gramófonos, y luego con los discos de vinilo. Interesante, además, que se mencione la forma en que los hogares funcionaban en aquellas épocas, antes de la Segunda Guerra Mundial. A mucha gente, por ejemplo, no le gustaba el diseño del gramófono, por lo que eventualmente se tuvo que inventar una versión que escondía el cuerno gigante (de donde salía el sonido) en el interior de un mueble.

Curioso, en todo caso, que The Music We Call Country termine contando tanto en tan poco tiempo. El documental dura poco menos de una hora y pasa muy rápidamente por eventos en los que estoy seguro hubiese podido ahondar más. En términos generales, Gross no parece estar muy interesado en las implicancias y consecuencias sociales de la música, mencionando muy brevemente las costumbres de los músicos involucrados en la producción del género. Se menciona, por ejemplo, que un músico blanco se dedicaba a la comedia estilo blackface (¡!), pero quizás comprensiblemente, es algo que no se muestra ni se vuelve a mencionar.
Eso sí, ayuda el que The Music We Call Country se concentre en un lugar en específico y en figuras específicas. Se deja en claro, por ejemplo, que Bristol es considerada como la cuna del country, no solo porque se trata de una ciudad culturalmente rica, sino también porque hace más de cien años, era de los pocos poblados en Tennessee que contaba con ciertas características que ayudaban a la proliferación del arte. Contaba con electricidad, por ejemplo, lo cual ayudó a que la gente compre y use reproductores de vinilos, y contaba también con un ferrocarril, lo cual hacía que la comunicación y el transporte se llevaran a cabo más fácilmente. Puede que Bristol no sea una ciudad súper famosa (al menos no fuera de los Estados Unidos), pero curiosamente fue de las que crecieron más rápido a principios del siglo pasado.
Y sobre lo segundo, The Music We Call Country se enfoca principalmente en dos artistas: Jimmie Rodgers (considerado como el padre del country), y AP Carter y su familia, incluyendo a Sarah, su esposa. El primero es presentado como un artista multifacético y talentoso que lamentablemente murió a los treinta y cinco años de tuberculosis, mientras que los últimos como una familia que, además, innovó gracias a la presencia de cantantes y guitarristas mujeres (lo cual evidentemente no era para nada común en la época). Al concentrarse en estas figuras, The Music We Call Country no termina sintiéndose desordenado ni errático, lo cual está muy bien considerando, nuevamente, que dura menos de una hora.

Todo esto, pues, es mostrado a través de un producto formalmente correcto y sencillo. Hay entrevistas con diferentes autores, expertos, productores y hasta la nieta de AP y Sarah Carter. Hay imágenes de archivo por montones, fotografías del siglo pasado, y una narración en off que, sin considerarla mala, creo que hubiese podido tener menos presencia. Mucho de lo que The Music We Call Country transmite es a través de dicha narración, la cual por momentos se puede sentir demasiado… bueno, obvia. Me hubiese gustado que Gross confíe más en sus imágenes que en la voz en off, por más de que no haya contado con un gran presupuesto para grabar o conseguir más imágenes de archivo.
The Music We Call Country es el documental perfecto para quienes sabemos poco o nada de dicho género musical. Quizás los fanáticos del country o un público norteamericano más versado en el tema podrían encontrar que se trata de una producción un poco redundante o hasta simplona, pero incluso aquellas personas podrían admitir que nos presenta con un buen resumen de cómo comenzó dicha música, y quienes fueron sus figuras más representativas a principios del siglo veinte. Entre las entrevistas grabadas con pulcritud audiovisual, la narración de una historia que abarca décadas, y el énfasis en ciertos músicos y productores, The Music We Call Country me ayudó a aprender mucho sobre un tema del que siempre he sido ignorante. Si tienen curiosidad por saber más del country, no estaría mal que comiencen por este documental.

kkk-02.png)



Comentarios