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"Wiñaypacha" (2017): que no se apague el fuego

La película del recordado cineasta puneño Óscar Catacora explora la soledad e indiferencia a la que son relegados una pareja de ancianos, al mismo tiempo que elabora un retrato y una crítica profunda sobre la vida en el Ande.


Por Gustavo Vegas Aguinaga                                          CRÍTICA / VIDEO ON DEMAND

“Wiñaypacha" (2017). Fuente: DAFO
“Wiñaypacha" (2017). Fuente: DAFO

Lo primero que vemos en Wiñaypacha es una gran montaña y lejos en el horizonte un nevado. La montaña surge, entonces, como una barrera enorme o un muro gigantesco que ha de cruzarse, pero que también separa a nuestros personajes de aquel horizonte o, vale decir, futuro. Nos acercamos y a la falda de este monte está el hogar de una pareja de adultos mayores que viven solos sin contar a sus animales. Hay un contraste entre el tamaño pequeño de esta casa y la inmensidad de las formas de la naturaleza. Es un ambiente que los somete, que los vence y se muestra como una fuerza más grande que los alientos frágiles de dos ancianos.


Nos volvemos a acercar y entran en escena los personajes. Catacora sabe cambiar de planos solamente cuando es necesario. Así damos cuenta del ritmo contemplativo de la cinta que no es, claro, un obstáculo en sí, sino un recurso que busca representar la lentitud de aquella vida. Es simple. Un día a día mediado por conversaciones tan breves como dolorosas: anhelan que su hijo regrese para que les haga compañía. La cotidianeidad de los ancianos está reflejada en su pasividad para moverse y hablar, así como en la paciencia de Catacora para dejar que las acciones se sucedan frente a cámara y no cortar. No es, pues, una vida fragmentada ni veloz.

"Wiñaypacha" (2024). Fuente: BBC
"Wiñaypacha" (2024). Fuente: BBC

Otro recurso simbólico empleado por el cineasta puneño es el del fuego. La ausencia de servicio eléctrico significa la presencia constante de velas cuya llama enciende la esperanza que tienen de que su hijo vuelva. “Mantendremos la brasa ardiendo”, dicen. “Así cuidaremos bien el fuego”. Acto seguido vemos flores amarillas y cómo el cielo se abre. Hay esperanza. Estos esfuerzos que hacen para mantener vivo ese optimismo es, en simultáneo, lo que los mantiene vivos a ellos. Mientras tengan fe, estarán bien.


La montaña (la cordillera) que hace de barrera no sólo es un relieve geográfico, sino también simboliza la distancia de los ancianos ante todo el resto del Perú. Lo mismo con la lengua aimara. Lo que debería ser pluralidad y conexión se vuelve un obstáculo a sortear. De este modo Catacora expone cómo esta cultura, este lenguaje, estos peruanos están abandonados por los demás; cómo creen fervientemente que alguien irá a acompañarlos, a evitar que se apague el fuego. Pero no es así. La metáfora se extiende incluso al cine mismo. Es un cine nacional que está lejos del cine nacional. De allí que sea la primera cinta grabada en aimara y que su factura resulte tan distinta a lo que tenemos acostumbrado ver. Las montañas; es decir, su naturaleza andina, marcan esa distancia, y Catacora alumbra tal división.

"Wiñaypacha" (2017). Fuente: El Comercio
"Wiñaypacha" (2017). Fuente: El Comercio

El cineasta no solo retrata con maestría lo profundo y lento del abandono, sino que coloca a la esperanza, personificada en ese fuego que no quieren apagar, como aquello que termina por arrasar todo y dejar a los ancianos sin hogar. La expectativa de que alguien vaya a verlos deviene en su ruina. El fuego no se apagó, pero empezó a consumir lo que les quedaba de esperanza. Antes de ello hay una escena donde destaco un guiño de Catacora. El esposo sale en una diligencia y tras un corte vemos un plano de una cordillera blanca, un muro impenetrable. Minutos más tarde, el hombre cae rendido ante esas cumbres. En pocas palabras: no podrá cruzar, no verá lo que hay del otro lado. Pronto lo azota la oscuridad fuerte y vemos que la esposa, fuego en mano, lo busca. Ella es guiada por esa esperanza ígnea. Un bello contraste.


Luego del incendio Catacora nos regala un plano tan bello como potente: la pareja de ancianos sigue sentada en medio de los escombros que quedaron de su casa quemada y son doblemente encuadrados por el marco de la puerta. Están encerrados allí. No hay otro lugar, no hay otra salida que no sea la desolación y la destrucción. Sin embargo, la pared que quedó en pie nos muestra otro orificio y a través de este vemos unas maderas que resistieron al fuego y forman una cruz. Ante todo, la fe se mantiene intacta.


No obstante, no basta. La idea de que vendrán a salvarlos no es suficiente para Catacora y por eso vemos la vela encendida antes de que el esposo fallezca. Hace falta más que mantener el fuego encendido. Es allí cuando vemos a la mujer en el suelo despidiendo a su marido y se pone de pie. Ante la pasividad e inactividad (y la pérdida del hogar) ella toma la decisión de andar, de actuar. Se levanta y avanza. Frente a ella la gran muralla blanca y un tránsito triste que durará una eternidad.



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