29 FCL: "El agente secreto" (2025): dictadura, carnaval y cine
- Gustavo Vegas
- hace 9 minutos
- 4 Min. de lectura
El aclamado director brasileño Kleber Mendonça Filho vuelve a proyectar una película suya en el Festival de Cine de Lima. Ahora, de la mano de Wagner Moura, narra la historia de un refugiado que es perseguido por el régimen dictatorial de los años setenta en su país. Advertencia: hay spoilers.
Por Gustavo Vegas Aguinaga FESTIVALES / FESTIVAL DE CINE DE LIMA

Marcelo (Wagner Moura) es un profesor experto en tecnología que regresa a Recife (Pernambuco, Brasil) para reencontrarse con su pequeño hijo y huir del país, azotado por los largos tentáculos de la dictadura militar que llegan hasta los rincones del noreste brasileño, incluida la región del sertão. Donde normalmente arribaban bandidos y animales salvajes, ahora hay policías que, en su torpeza, cobran coimas al protagonista y dentro de su porte cómico ya advierten un peligro latente, por más que Marcelo sepa eludirlos y salirse con la suya.
La escena introductoria nos da pistas del funcionamiento de la película. Marcelo estaciona en una gasolinera y a unos metros yace un cadáver cubierto en periódico. Lo único que sabemos del muerto es a partir del relato que cuenta el hombre que atiende al protagonista. Toda la vida de esa persona queda encapsulada a esa breve historia. Marcelo sigue su camino y llega a la casa de Doña Sebastiana (un personaje muy cómico y entrañable), donde la alegría carnavalesca está bañada del halo amenazante del régimen militar.

En cuanto a esta época de violencia en Brasil, Mendonça Filho propone una crítica a veces retratada con rasgos de humor o soltura. Vemos a un expolicía y su hijastro (asesinó a la madre de este) encargarse de varios crímenes y ser llamados para un trabajo; es decir, matar a Marcelo. La violencia se naturaliza en favor del examen que hace el cineasta sobre estos tiempos. Por lo mismo, juega con la espectacularización de los medios (y la gente) con respecto a la sangre y el crimen. Lo vemos en las película ficticia y de serie B “La pierna peluda”, estrenada a propósito del tiburón hallado con restos humanos en su interior.
Aquí el director de Bacurau (2019) juega a homenajear el cine brasileño de la época, así como a uno de los grandes clásicos del blockbuster, Tiburón (Jaws) de 1975, dirigida por Steven Spielberg. Asimismo, camufla los excesos policiales y militares bajo esa diversión y entretenimiento propio del cine mientras expone también los modos corruptos de las autoridades. La subtrama del tiburón de Recife es empleada, además, para afianzar el lazo padre-hijo de la película y, mediante la película de serie B, criticar ese regocijo popular de ver a minorías ser violentadas, en este caso, los amantes gays que son pateados sangrientamente por la pierna peluda. Temas aparte, si hay algo que podría objetarle, son algunos temas con el ritmo de la cinta y algunas breves exploraciones de personajes que quedan en la nada, como la del judío alemán de Udo Kier, lo cual nos hace pensar en alguna versión de tres horas sin recortes. Quién sabe.

Lejos de estos divertimentos, el cineasta establece la versión ficcional (y paradójicamente, bastante real) de aquel Recife que daba vida en tono de documental en la fenomenal Retratos Fantasmas (2023) y coloca al cine como lugar de unión y hasta refugio. Hay una escena intensa en donde los perseguidos políticos se juntan en el salón de un cine para tramar sus escapes. El homenaje de Mendonça Filho pasa también por “revivir” a Don Alexandre, otrora proyeccionista del cine Palacio, personaje que conocemos en su anterior cinta. Así como en Recife confluye el carnaval, la dictadura, la fiesta, la sangre, los refugiados, las víctimas y victimarios, en El agente secreto se junta el drama político, la comedia, el thriller, el cine B, cine de espías y más.
La violencia que habita Recife es tanta que hasta los malhechores sanguinarios se cazan entre ellos y conocemos sus destinos por los periódicos vistos. Así, las historias de los personajes llegan a nosotros a partir de los recuentos de otros. Volvemos, entonces, a esa primera escena donde le cuentan a Marcelo sobre aquel cadáver en la gasolinera. La película se maneja mediante una suerte de muñeca rusa, un punto de vista anidado en las versiones de otros. La película salta al presente y nos muestra al protagonista (nunca héroe, sino tipo común) como uno de los tantos perseguidos. Para el director, la memoria y la resistencia de uno puede llegar a ser también colectiva.

No hay, pues, un narrador omnipresente, sino pasajes de la vida de Marcelo (o Antonio) a los que accedemos mediante grabaciones de la época. Lo mismo con su desenlace a través de unas imágenes en la computadora de la chica que investiga su caso. Por esto conocemos más a Marcelo que su propio hijo, quien porta el mismo rostro a partir de un Wagner Moura duplicado. La película coquetea con la idea de los dobles (y dobleces). Así como Moura se divide entre su alias de Marcelo y su faceta de Antonio, también debe hacer las veces de padre y refugiado (a veces amante), los refugiados también establecen dos nombres, la ciudad muestra el carnaval mientras se suceden asesinatos y desapariciones y la cifra de muertos asciende a 91.
Mendonça Filho regresa a Recife para dar cuenta de su gente, su fiesta y su cine. En tanto, Moura huye de la muerte y encabeza una película notable que recuerda la sangre que habita nuestra memoria. Su desaparición es una y ninguna, pues no su presencia no cesa del todo, pues aunque se trata de una de tantas, esta muerte ficticia es “rescatada” por el director para ofrecerla por capítulos, bajo la idea del largo número de otros fallecidos cuyas historias se mantienen en el anonimato (y esas no son de ficción). La historia del agente secreto es, en definitiva, el retrato de otro fantasma.