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“Había una vez… en Hollywood” (2019) y las nuevas inquisiciones

Actualizado: 23 jun 2023

Por el cumpleaños número 60 de Quentin Tarantino, hacemos un repaso a su más reciente obra, en la que hace dialogar al Hollywood del pasado con el presente, reivindicando figuras que siempre deberían estar en nuestra memoria. Esta crítica es una versión ampliada de una originalmente publicada en el blog Páginas del diario de Satán.


Por José Carlos Cabrejo CRÍTICAS / NETFLIX

“Había una vez… en Hollywood” (2019). Fuente: The New York Times
“Había una vez… en Hollywood” (2019). Fuente: The New York Times

La última entrega de Quentin Tarantino es una metaficción, un filme que expone los modos de construcción de las películas y aloja a sus personajes en la frontera que separa a la realidad de la ficción. En ese sentido, es fiel a ese mundo construido por el realizador norteamericano como escenario teatral, en el que un policía recibe clases de actuación para infiltrarse en un grupo de criminales en Perros del depósito, o en el que algunos judíos se hacen pasar por oficiales nazis, imitando sus gestos y formas de hablar, en Bastardos sin gloria.


En una secuencia de Había una vez… en Hollywood (Once Upon a Time in… Hollywood) el personaje de Sam Wanamaker (Nicholas Hammond) le dice en la filmación de una escena a Rick Dalton (Leonardo DiCaprio), el actor de una desaparecida y popular serie de TV de género wéstern que fracasó en su intento de alcanzar el éxito en el cine, que sea un “Hamlet maligno” (“Evil Hamlet”). La conexión de Tarantino con Shakespeare se hace así más explícita en su nuevo filme, sobre todo en referencia a un clásico inglés de la tragedia que, como diría Vargas Llosa, expone la “verdad de las mentiras”, a un personaje que se vale de la representación teatral para exponer las auténticas razones de la muerte de su padre.


La nueva película de Tarantino desmitifica así la construcción de las imágenes hollywoodenses: contrasta la imagen ruda y audaz del personaje de aquella fenecida serie de TV con la del mismísimo intérprete, quien por el contrario es engreído y llorón. Más bien, su alter-ego, Cliff Booth (Brad Pitt), su doble de riesgo (stuntman) y asistente, tiene una imagen de cowboy mucho más próxima al personaje interpretado por Rick en la televisión, y no muy lejano del Aldo Raine de Bastardos sin gloria. Ese experimento de cotejar al personaje, al mito, con su actor, también se aprecia en las escenas de Bruce Lee, a través incluso de un humor que se vale de gags violentos cercanos a la exageración de los cartoons.


“Había una vez… en Hollywood” (2019). Fuente: USA Today
“Había una vez… en Hollywood” (2019). Fuente: USA Today

A diferencia, Tarantino retrata al otro personaje importante de la película, Sharon Tate (Margot Robbie), como uno atrapado en el mito. La cámara la mira embelesada, como una estrella en formación pero que nació para quedarse en el mundo de las películas para siempre. Por este último aspecto, es importante notar que el visionado de la película adquiere una mayor riqueza si es que se conoce con más detalles la crónica de lo que fueron las horas y minutos previos de la muerte de quien fuera en vida esposa de Roman Polanski. Así, no solo se aprecia el trabajo minucioso de reconstrucción de los hechos de Tarantino, sino también cómo el realizador hace el experimento de fusionar la historia y la ficción, la historia que se refleja en una voz en off que parece salida de una fábula (y que le da sentido al título del largometraje), y la ficción que requiere del conocimiento de dicha historia para entender las licencias que se toman al plasmarla en el campo visual.


Había una vez… en Hollywood ha sido descrita por muchos como una carta de amor escrita por el director a una época del cine norteamericano que parece sellar su desaparición con la propia muerte de Sharon Tate. Pero también es una carta de amor dirigida a Polanski, y a los cineastas italianos que marcaron hondamente el estilo de Tarantino, como Sergio Corbucci y Antonio Margheriti, así como a la maravillosa música popular en inglés de aquellos tiempos: Deep Purple, Vanilla Fudge, Paul Revere & the Raiders, y un melómano etcétera.


Pero la película también es una carta de desprecio preparada especialmente por Tarantino para sus detractores. Aparecen personajes que acusan a la serie de TV en la que actuó Rick Dalton de haberles enseñado a ser violentos. Por ello, así como Cliff es el otro “yo” de Dalton, este personaje es el otro “yo” de Tarantino, igualmente acusado por sus obras de generar un terrible mal en la sociedad. Casi parecen parafrasear las palabras de Donald Trump, quien echó la culpa de atentados ocurridos en los Estados Unidos de Norteamérica a los videojuegos (por ello, no se entiende como algunos han podido afirmar que existen cercanías ideológicas entre esta película y el presidente norteamericano).

“Había una vez… en Hollywood” (2019). Fuente: Concrete Playground
“Había una vez… en Hollywood” (2019). Fuente: Concrete Playground

¿Cómo reacciona Tarantino ante ese discurso? Pues después de hilvanar una narración con muchos momentos de humor pero con un ritmo dotado de una lentitud ciertamente próxima a la desarrollada en la primera mitad de Los ocho más odiados, toma una buena cantidad de dinamita para hacer estallar en la pantalla la corrección política que adorna las redes sociales de hoy. Se llega a un éxtasis de violencia, que se torna hiperbólica y delirante.


Quentin aún conserva ese espíritu casi adolescente de sus inicios, y termina en la película bañado en sangre falsa y alzando el dedo medio a todos sus detractores. El director de Tiempos violentos lee el pasado para decir algo sobre un presente de inquisiciones y censuras contra el cine. Por todo ello, es un cineasta ejemplar.



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