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“El faro” (2019): locura y encierro

Actualizado: 9 nov 2022

La última película de Robert Eggers nos revela un mundo de pesadilla expresionista, con varios elementos que recuerdan a La bruja, el filme anterior del cineasta.


Por Sebastián Kawashita CRÍTICAS / HBO GO

Fuente: Micropsia


El faro (The Lighthouse) narra la historia de Ephrain Winslow (Robert Pattinson), un sujeto contratado para trabajar en el mantenimiento de un faro. Winslow trabajará bajo las órdenes de Thomas Wake (Willem Dafoe), su supervisor, con quien deberá convivir dentro del faro, durante un mes. La relación conflictiva entre ambos y el aislamiento los llevará al borde del colapso. Sus secretos más siniestros saldrán a la luz y la noción de la realidad se disipará en la locura.

El director Robert Eggers tiene un interés en plasmar las imágenes a modo de fábula. La bruja (2016), su ópera prima, remite a las ilustraciones de los cuentos de terror con la ayuda de una fotografía lúgubre. En El faro, nos ubicamos en una isla de la costa de Nueva Inglaterra, a finales del siglo XIX. La película apunta a un tratamiento visual con referencias al expresionismo alemán. Se trabaja la cinematografía con un aspect ratio 4:3, que alude a la fotografía de la época, mientras que el blanco y negro resalta las sombras de los personajes y paisajes. Vemos a Winslow como una figura difusa, desplazándose por los barrancos, a través de planos generales. Sin embargo, en los planos conjuntos, dentro del faro, los cuerpos parecen sumergidos en la oscuridad.


Fuente: TerrorWeekend


Pero el estilo gótico va más allá de lo estético. Aquella suciedad en la fotografía representa a los personajes mismos. Thomas Wake, el jefe del faro, es repulsivo y grotesco. Su apariencia desaliñada y sus actos vulgares (como flatulencias o insultos) lo presentan, desde un inicio, como un personaje conflictivo. Su actitud es el resultado del largo encierro en la isla, dedicado al faro. Solo encuentra confort/placer en el pico más alto de dicha estructura, en la fuente de luz. Esta lo seduce, lo hipnotiza.

Por el contrario, Ephrain Winslow, el nuevo ayudante, es un contenedor de emociones. El apetito sexual que satisface al masturbarse con la figura de una sirena, es el pequeño preámbulo de un gran problema con el que tendrá que lidiar. Winslow oculta un secreto. Por lo que, para pasar desapercibido, disimula obediencia a las órdenes incesantes y estrictas de Wake. Se encuentra sometido a exigencias y humillaciones constantes.

El plano inicial en el que observamos el faro, en la isla en medio del mar, es un indicio de que estas dos personalidades no tienen escapatoria. Además de estar abandonados a su suerte, la relación entre ambos es una bomba de tiempo. La paciencia de Winslow es insuficiente para la demencia de Wake. Y cada pitido ensordecedor que emite el faro es un recordatorio de que la paz es inexistente en ese lugar.



Fuente: Dailyreview


Si en La bruja Eggers propone el bosque como un espacio donde la maldad acecha, en El faro, el escenario mismo, representa un infierno sin escapatoria. Mientras que Thomasin, protagonista de La Bruja, es acusada por su madre debido a la desaparición del hijo menor de la familia; Winslow tiene a Wake como recordatorio constante de la culpa que carga. Los animales, en ambas películas, también son indicadores de tragedia. Black Phillip, la cabra de la familia de Thomasin, en La bruja; y la gaviota tuerta que irrumpe en las actividades de Winslow en El faro, tienen un valor más allá de lo decorativo y perturbador. Independientemente de la amenaza natural o sobrenatural, sea cual sea el escenario, personaje o animal que emerja, Eggers deja en claro que la desgracia del ser humano es inevitable.





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