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“Mala Educación” (2019): la cosmética del mercantilismo

Actualizado: 11 nov 2022

Una historia real para pintarnos el panorama de una sociedad basada en la competitividad, el deseo del reconocimiento y mercantilismo puro.


Por Rodrigo Bedoya Forno CRÍTICAS / HBO GO

Fuente: Otros Cines


Mala Educación (Bad Education, 2019), de Cory Finley, se basa en una historia real para pintarnos el panorama de una sociedad basada en la competitividad, en el deseo por el reconocimiento, en el mercantilismo puro y duro. Y la base de esa ambición descarada es la educación: esa es la labor de Frank Tassone, superintendente de una escuela en Long Island que está consiguiendo que muchos de sus alumnos vayan a las universidades de élite en EE.UU. Esto es muy importante: a más alumnos en esas universidades, mayor presupuesto para el colegio.

Pero no solo eso: la buena posición en esa ranking de competitividad puede hacer que los precios inmobiliarios mejores, ya que más familias se querrán mudar cerca para que sus hijos vayan a a estudiar a esa escuela. Y eso le dará un impulso económico a toda la comunidad: sube el precio del alquiler, suben los negocios, crecen los bolsillos de unos cuantos.

Los habitantes de la comunidad están felices con el trabajo de Frank. Lo curioso es que a todos lo que menos parece interesarles es la educación de sus hijos: en medios de rankings decorativos y discursos de excelencia, lo que parece importar son más las posibilidades de hacer negocio, de aprovechar las buenas posiciones para ganar un poquito más de dinero. Algo que Frank, junto con su asistenta Pam Gluckin (Alison Janney), aprovechan al máximo: ambos gastan el presupuesto para usos personales, como comprarse casas, viajar en primera clase o hacerse operaciones estéticas. Mientras ellos obtengan resultados, todo el mundo mirará hacia el otro lado.

Fuente: Ezanime.net


Cory Finley nos retrata ese mundo ligado a la educación a partir de personajes de intereses diversos, todos ligados a la acumulación de riqueza, pero que esconden esos intereses a partir de discursos sobre las bondades educativas y la importancia de la excelencia. Finley enfatiza el cinismo de la situación, dándole a toda la situación un ritmo de comedia negra que permite apreciar, con mucho mayor agudeza, cómo las intenciones mezquinas y competitivas de todos los vecinos han hecho que la educación sea lo que menos importe.

Y Hugh Jackman es el centro que hace girar todo, porque es su actitud la que resume justamente ese mundo de apariencias, de dobles intenciones, de discursos que dicen una cosa y en realidad buscan otra. Su Frank Tassone es un hombre encantador con las mujeres pero que mantiene un doble vida, que luce siempre bien pero a costa de cirugías, que sonríe, encanta y da lecciones de moral y ética cuando no tiene ningún empacho en robar del presupuesto.

Mala Educación, de esta manera, se abre camino en un mundo cosmético, donde los discursos bienintencionados y las lecciones de lo que la buena educación debe hacer esconden intereses mercantilistas, de beneficio para unos cuantos. Pero lejos de hacerlo a través de un estilo serio, el director mira el cinismo de sus personajes de frente, sin regodearse en la denuncia ni enfatizarla: cada sonrisa falsa y gesto de más

de Frank son la prueba de que la buena educación no es lo que sobra.






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