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Esta cinta fue filmada originalmente en 1984 por John Liu y, 37 años después, fue recuperada por Vinegar Syndrome, empresa especializada en proteger y preservar películas de serie B.
Por Sebastián Zavala Kahn CRÍTICAS / SCREENER
Realizar una película es extremadamente difícil. Que se estrene es ya de por sí todo un logro. Que el producto final sea “bueno”, es prácticamente un milagro. Hay tantos factores en juego —desde el trabajo del equipo creativo, hasta el rol de los técnicos de luz y sonido y, por supuesto, los actores y el equipo de postproducción—, que resultaría muy fácil que las cosas salgan mal. Tanto así, de hecho, que ciertas películas ni siquiera logran completarse o estrenarse, ya sea porque se quedaron sin presupuesto, porque tuvieron problemas de producción, o simplemente por cosas del destino. Y, desgraciadamente, la mayoría de estos filmes “nunca” llegan a ver la luz del día.
Pero hay otras que tienen más suerte. Consideren, si no, a New York Ninja, una cinta filmada originalmente en 1984, que, sin embargo, nunca llegó a completarse debido a problemas de dinero, y, a que su director, John Liu, decidió retirarse del mundo del cine. Es así que, 37 años después, la gente de Vinegar Syndrome descubrió las cintas de película de New York Ninja en sus archivos, y decidió restaurarlas, agregándole un doblaje entero, efectos de sonido y una banda sonora tipo synth. ¿El resultado? Una suerte de pastiche ochentero realizado en tiempos actuales pero con material de aquella época, que, de hecho, divertirá a los amantes del cine de culto, de aquellas funciones de medianoche dedicadas al cine “tan malo que es bueno” y las “gemas” escondidas.
New York Ninja se lleva a cabo en una ciudad de Nueva York infestada de criminales, donde cientos de pandilleros se dedican a robar, matar y asustar a la gente. Y, lo que es peor: un criminal nuevo ha llegado, un hombre adicto al uranio (¡!) que se dedica a matar mujeres con tan solo tocarlas. Es un mundo donde incontables chicas son raptadas para ser parte de una red de tráfico de mujeres, y donde la esposa de nuestro protagonista acaba muerta precisamente por ser testigo de dichos crímenes. Es así que, de entre lágrimas y sufrimiento, surge el Ninja de Nueva York: un artista marcial vestido de blanco que no descansará hasta encontrar a los responsables de la muerte de su amada.
Se trata, pues, de una premisa esencialmente ochentera, ejecutada de manera explotadora e innegablemente entretenida. Después de todo, se trata de New York Ninja, un filme de alto concepto que cumple, hasta cierto punto, con lo prometido, incluyendo varias secuencias de pelea, y presentándole al público un reparto lleno de personajes coloridos y de cuestionable moral. La Nueva York de la película es un lugar sucio y peligroso, lleno de paredes con grafitis, calles abandonadas, y carros aparentemente fáciles de destruir. Los pandilleros son los dueños del lugar, y aunque la policía trata de hacer su trabajo, no parecen darse abasto. No es un contexto postapocalíptico, pero se siente casi como uno.
Se siente, además, como una máquina del tiempo que nos lleva de vuelta a los ochenta. El trabajo de remasterización de Vinegar Syndrome es verdaderamente impresionante, haciendo que la imagen luzca muy bien definida, mucho mejor que la de películas de bajo presupuesto más contemporáneas que son grabadas en digital. Por ende, lo que terminamos viendo es una película que no luce vieja o gastada porque es la primera vez que se exhibe, haciendo que la Nueva York de 1984 se sienta extrañamente cercana, por más de que esté repleta de carros “cuadradones”, peinados gigantes, y punks con ropa colorida y extravagante. Es casi como ver esos videos restaurados de principios de siglo en YouTube. Casi igual de etéreo, pero con más ninjas.
Sin embargo, si lo que más les interesa es la acción y la exageración, dudo que New York Ninja los vaya a decepcionar. La coreografía de los combates es previsiblemente tiesa, pero se nota que John Liu (quien además de dirigir, interpreta al protagonista del título) era alguien habilidoso y atlético. Y aunque New York Ninja carece de las frases lapidarias o los diálogos involuntariamente graciosos de otros filmes de culto, logra compensar aquello con momentos bastante hilarantes, desde los alaridos del protagonista al enterarse de la muerte de su esposa (algo que no debería ser gracioso, pero lo es) hasta las peleas donde sus enemigos lo atacan uno… por uno… por uno. El hecho de que todo esto esté doblado por estrellas como Don “The Dragon” Wilson no es más que la cereza encima del pastel.
Porque al final del día, New York Ninja es una anomalía. Una película extraña que jamás se iba a ver públicamente, y que fue rescatada de entre las cenizas, para resurgir como un ave fénix violento y excéntrico. El villano de turno protagoniza algunas de las escenas más raras del filme —la única escena de sexo destaca por lo poco erótica que es—; el chofer del antagonista se muerde su pequeña cola de caballo de cuando en cuando y dice ser un experto en la técnica de la “espada borracha” (¡!), y un grupo de niños parece ser capaz de ayudar cuando el ninja más lo necesita. La política sexual y los roles de género, además, son anticuados. La mayoría de personajes femeninos son abusados y tienen que ser rescatados. Los ochenta siempre estaban llenos de historias en que las mujeres abusadas eran utilizadas como carnada para que aparezca un héroe, y New York Ninja no es la excepción. Mejor tratar de no ver la película desde una perspectiva muy moderna.
Hay que considerar a New York Ninja como un producto de su época. Puede que no sea igual de memorablemente extraña que The Room (2003) o que no tenga tantos errores técnicos (o hasta lógicos) como Birdemic (2010), pero igual resulta imposible tomarla en serio. Y esa es la idea, esa es la razón, me imagino, por la que Vinegar Syndrome decidió restaurarla —con doblaje cursi y todo—, y por la que cierto público irá a verla. Puede que, para algunos, la resurrección de New York Ninja haya sido innecesaria, pero para los demás, será como regresar a los ochenta y disfrutar de algo muy propio de aquella época, para bien y para mal.