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“Petite Maman” (2021): el tiempo recobrado

Actualizado: 21 jun 2023

La última película de la francesa Céline Sciamma, una de las directoras más importantes de la actualidad, pudo verse recientemente en salas peruanas. Sus alteraciones del tiempo, que borran las fronteras entre el presente y el pasado, se plasman en un relato que transita entre lo onírico y lo feérico. La crítica incluye spoilers.


Por José Carlos Cabrejo CRÍTICAS / CARTELERA COMERCIAL

“Petite Maman” (2021)
“Petite Maman” (2021)

La película empieza con una pérdida. La pequeña Nelly (Joséphine Sanz) se despide de mujeres de la tercera edad alojadas en cuartos contiguos a la habitación de su abuela, en un asilo. Ella acaba de fallecer. Así, emprende un viaje con sus padres a la casa en que su joven madre vivió durante su infancia. La exploración de los interiores y exteriores de ese lugar desemboca en el extraño encuentro de la niña con otra, idéntica a ella (Gabrielle Sanz), y con el mismo nombre de su madre, Marion.


Petite Maman, el último filme de Céline Sciamma, encaja en esa línea de cintas que para Warren Buckland se tornan recurrentes desde los años noventa y que son denominadas como puzzle films. Estos se caracterizan por romper la linealidad narrativa. Alteran la temporalidad sea porque se borran las fronteras de espacio-tiempo o porque adquieren una condición laberíntica, con personajes que transitan en viajes al pasado o al futuro. Están dotados de una complejidad desconcertante, y de datos dispersos en su narrativa que pueden invitar al espectador a asumir un rol más participativo y atento en la interpretación de lo que ocurre en la ficción. Justamente, la figura del doppelgänger que aparece en el encuentro de Nelly con una niña físicamente igual a ella, pero con la misma personalidad y experiencias de su madre en la infancia (juega en una cabaña y tiene una mamá que, como la abuela de Nelly, usa un bastón para andar), nos coloca ante un rompecabezas singular.


Petite Maman, al igual que muchos puzzle films, nos introduce en un clima onírico. Llama la atención la cantidad de veces que aparecen encuadres en que vemos a Nelly acostándose en una cama o en el mueble de la sala. Ello nos puede sugerir que lo que ocurrirá en las escenas posteriores podría ser un sueño de la niña. Por otro lado, si hay algo que ha caracterizado a muchos puzzle films es la sensación de pesadilla que nos transmiten. Recordemos al personaje de Bill Pullman en Lost Highway (1997) de David Lynch volviendo inexplicablemente a situaciones ocurridas en su pasado, sea bajo su identidad como músico de jazz o como su doble: un joven mecánico, interpretado por Balthazar Getty. En sueños, es acosado por la presencia fantasmal del pálido hombre, vestido de negro, interpretado por Robert Blake. Los juegos con el tiempo y las alucinaciones que envuelven al personaje de Jake Gyllenhaal en Donnie Darko (2001) de Richard Kelly también se desarrollan en una atmósfera sombría y surreal, con la presencia inquietante de Frank, el hombre con disfraz de conejo que le advierte de la proximidad del fin del mundo.


Lo extraordinario en Petite Maman es que escapa de ese tono. Más bien, se aproxima a un mundo de imaginación infantil. Se halla un temor nocturno en el relato de la madre de Nelly sobre la aparición de una pantera negra al pie de la cama. La niña escucha de sus labios que debe acostumbrarse a la oscuridad. Cierto, puede referirse a la oscuridad del sueño, de cerrar los ojos, pero también a cómo naturalizar la posibilidad de lo fantástico, como en ese encuadre subjetivo, similar al que aparece cuando la mamá habla del felino, en el que el personaje de Joséphine Sanz observa serenamente, durante la noche, unas sombras reflejadas a través de la ventana, hacia el suelo de su habitación. Por ello, Nelly no experimenta mayor sorpresa o inquietud cuando encuentra en un espacio tan representativo de los cuentos de hadas como el bosque a una niña físicamente igual a ella. No aparece en esta secuencia, como en la gran mayoría de escenas, una música de fondo que acentúe la aparición de lo imposible. Por el contrario, solo se percibe el sonido ambiental propio de la diégesis.


Lo fantástico en Petite Maman emerge en esa espontaneidad con que la cámara muestra a las niñas en una cálida fotografía realizando un juego de roles. O en esos primeros planos conjuntos de ambas haciendo repostería o travesuras con las sopas que beben. Hay una aura lúdica e inocente en la película que desemboca en la hermosa secuencia en que se escucha una música de fondo de reminiscencias new age: hacia una pirámide, las vemos navegando como la Céline y Julie de Jacques Rivette, quienes también viajaron, como si fueran parte de un relato infantil, a través del tiempo en los años setenta.


Así, la película entendida como puzzle film está más enlazada con viejos filmes que se hallan en el cine moderno francés. Como ocurre en la obra de Alain Resnais, Petite Maman juega con las reiteraciones y la memoria. El bastón que vemos al inicio de la cinta reaparece en el extraño viaje de Nelly al pasado, objeto sobre el cual afirma ante la pequeña Marion que desprende el mismo olor de su abuela. Es como la sensación generada por la Magdalena de Proust en la novela Por el camino de Swann, solo que estamos ante una sensación olfativa que recuerda pasajes del futuro.


Decíamos que Petite Maman es una película sobre la imaginación infantil. Ello se conecta también la ilusión que se crea alrededor de las figuras familiares. En su viaje al pasado, Nelly por fin pudo darle el adiós anhelado a su abuela, y su madre, encarnada en la pequeña Marion, le dice que ella no es culpable de su futura tristeza. Ello le da a la escena final, en que la niña se reencuentra con su joven mamá, una potencia conmovedora, un encantamiento cómplice.




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