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En el marco de la Semana del Cine, toca comentar estas dos películas europeas que, a su modo, nos hablan de viajes en los que sus personajes se enfrentan a lo desconocido y trágico. Una funciona como un errático trance religioso; la otra, como una exploración de la culpa.
Por José Carlos Cabrejo FESTIVALES / SEMANA DEL CINE
Viaje 1
La danesa Godland (Vanskabte land, 2022) de Hlynur Pálmason recuerda mucho al cine de Carl Theodore Dreyer. Tanto por los dilemas morales y religiosos de su protagonista, como por la composición simétrica que plasma la rigidez del dogma. Ese tránsito del personaje en la primera mitad de la cinta nos enfrenta al paisaje como un personaje más. La fotografía construye espacios de belleza amenazante, imponentes en sus grandes planos generales y casi hipnóticos en su cromatismo, entre colores fríos y saturados, y el amarillo ardiente de la lava.
La segunda parte de la película tiene una iluminación de tonos más cálidos. Cuando vemos que el personaje de Ingvar Eggert Sigurdsson se halla en un lugar donde se siente más protegido, lo apreciamos en tensión con su fe. Parte de sus deseos reprimidos se liberarán en medio de su obsesión por tomar fotos, y en la oscuridad que le permite revelarlas. Estamos ante una actuación notable por sus matices gestuales, que logran mostrar la humanidad de un sacerdote, entre la limpieza y la suciedad, entre la calma y la violencia bruta, entre el control y la sensualidad. Así, en un acto circular, surge una mirada comprensiva de sus luces y sombras, a través de esos cuerpos en descomposición que se unen a una tierra espectacular, que guarda compasivamente la historia.
Viaje 2
La cinta polaca Tierra silenciosa (Cicha ziemia, 2021) de Agnieszka Woszczynska cuenta la historia de una pareja polaca que viaja a una isla italiana. Una piscina averiada en la casa en la que se hospedan los llevará a una situación accidental y trágica. La película trabaja con un humor que progresivamente se va haciendo más negro, y en medio de una relación de pareja que aparece mecánica en lo cotidiano y en lo sexual, con un trabajo compositivo que, en varios encuadres, muchas veces estáticos, los distancia a pesar de su vínculo sentimental.
En medio del tránsito turístico, de la festividad colectiva o del viaje por el mar, poco a poco va emergiendo la culpa, el remordimiento. Cada rincón del lugar visitado, al que se vuelve una y otra vez, o los seres que también aparecen y reaparecen, los confronta además a la burocracia del lugar, un orden de las cosas perfecto para hablar de los privilegios en contraste con una visión de menosprecio hacia el “otro”, aquel que viene de afuera, el migrante, quien parece estar condenado a ser un alma en pena. La fuerza de Tierra silenciosa está en ese dolor que bulle por dentro, “en off”, y que tarda en escapar hacia la expresión de esos cuerpos de ademanes parcos.
