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En el marco de la Semana del Cine, toca comentar dos películas que lidian con temas trágicos. Dos autores consagrados, pero muy distintos, reflexionan sobre la vida y la muerte. Mientras que Gaspar Noé prefiere las sombras, Nanni Moretti prefiere la luz.
Por José Carlos Cabrejo FESTIVALES / SEMANA DEL CINE
Gaspar Noé
Vortex (2021) del franco-argentino Gaspar Noé es una película sobre la vejez. En ese sentido, recuerda a Amor de Michael Haneke. Si en esta película los personajes de dos leyendas del cine francés como Jean-Louis Trintignant y Emmanuelle Riva lidian con el paso del tiempo, en la de Gaspar Noé los interpretados por Dario Argento, maestro del terror italiano, y Françoise Lebrun, actriz recordada por el clásico La mamá y la puta, se enfrentan a la cercanía de la muerte.
Noé se aleja de la saturación de los filtros de colores o del afán virtuoso del plano secuencia para desarrollar un relato más contenido. Mientras un personaje va perdiendo la memoria, el otro tiene una obsesión por escribir sobre el cine y los sueños. Cada rincón de su viejo hogar está lleno de libros y posters de películas.
La progresiva desaparición de los personajes va acompañada por un intento de aferrarse a ese espacio, y a eso objetos, que remiten a los recuerdos de la pareja, pero también al amor por aquello que concentra la pantalla grande. Por ello, la cinta es a la vez un homenaje a Argento y a Lebrun, que es notorio en esos fotomontajes que recuerdan el carácter icónico de los intérpretes en sus tiempos de máxima gloria.
La película funciona como una despedida de Noé hacia dos artistas que le resultan entrañables, en esos encuadres de espacios deshabitados, o en aquel que se desplaza espiritualmente por el cielo, lejos de las estridencias y reiteraciones de Enter The Void, película que también habla de la vida y el más allá.
Nanni Moretti
En la película italiana Tres pisos (Tre Piani, 2021), el director Nani Moretti vuelve a temas que siempre le han resultado cercanos, como la pérdida. Los personajes, en medio de un relato coral, se confrontan a un ser amado, pero que por diversas razones ya no está ahí, presente. Es una cinta que opta por una clave alta, a través de una luz de día, que atraviesa ventanas y acompaña espacios íntimos de superficies blancas. Ello a pesar de las situaciones trágicas o complicadas en la que ellos se encuentran.
Ciertos personajes de Tres pisos pecan, viéndose inmersos en situaciones delictivas o escándalos sexuales, ante el sufrimiento de quienes los aman. Aquella fotografía parece reflejar muy bien esa frase popular que dice “siempre hay una luz de esperanza al final del túnel”. Lo bueno es que ello no es algo tratado por el director italiano de manera trillada o convencional. De pronto, opta por la aparición simbólica de un cuervo que parece salido del poema de Edgar Allan Poe, para hablar de un ser que está a punto de partir, o por una mujer que busca reconectar con su hijo, mientras le deja mensajes de voz a un esposo que ya no está a su lado y que no puede escucharla. En esos primeros planos, en los que el rostro comunica la tristeza de la separación o el gesto afectuoso y de esperanza, es que se halla el mayor poder de la película, en la que unas historias muestran más fuerza o interés que otras.
