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Semana del Cine 2023: “El último verano” (2023) y la (in)moralidad del cine

En el marco de la novena Semana del Cine de la Universidad de Lima se vio la nueva cinta de la directora francesa Catherine Breillat. La realizadora nuevamente juega con una sensualidad que gira alrededor de lo prohibido, pero que también medita sobre la “moral” del cine contemporáneo.


Por José Carlos Cabrejo FESTIVALES / SEMANA DEL CINE

el último verano
"El último verano" (2023). Fuente: MUBI

Catherine Breillat es una provocadora. Y El último verano (L'été dernier) no es una excepción en su obra. Le gusta explorar el deseo femenino, y lo llega a enfocar como un acto que desafía las convenciones sociales. Su última película se acerca a un triángulo amoroso entre Pierre (Olivier Rabourdin), un hombre maduro en los sesenta y tantos años, Anne (Léa Drucker), su esposa de edad madura pero varios años menor, y Théo (Samuel Kircher), un muchacho de 17 años que Pierre tuvo en un compromiso anterior.


En ese sentido, la directora hace una cinta en la línea de muchas y diversas películas del siglo pasado, en las que no hubo tapujos para explorar pasiones tabúes. La película de Breillat nos invita a hacernos preguntas sobre el cine de la actualidad. ¿Se podrían realizar en estos tiempos películas similares a Soplo al corazón (1971) de Louis Malle? ¿O Baby Doll (1956) de Elia Kazan? ¿Podríamos imaginar en la actualidad películas semejantes a las “comedias sexys a la italiana”, en las que personajes de intérpretes como Edwige Fenech podían tener relaciones con personajes que no tienen la mayoría de edad, tal como sucede en La profesora (L’Insegnante. Nando Cicero, 1975) o Gracias, abuelita (Grazienonna. Marino Girolami, 1975)? ¿Alguien se animaría a realizar una nueva adaptación de la Lolita de Nabokov como lo hicieron Stanley Kubrick o Adrian Lyne? Son interrogantes que surgen más allá de títulos recientes como Red Rocket (2021) de Sean Baker o El dulce este (The Sweet East, 2023) de Sean Price Williams (vista también en esta Semana del Cine), que de alguna manera u otra tienen algunos de esos referentes, en un tono cálido, humorístico y pop.


Pero, el tono de El último verano es otro. Su tratamiento de ese triángulo, que desestabiliza a una familia burguesa, más allá de motivos recurrentes en el cine de Breillat, trae a la memoria pasajes del cine de Michael Haneke. Vestimentas y paredes blancas. Luz en blanquecina clave alta en exteriores de campo, o que atraviesa las ventanas hacia escenarios interiores. Los conflictos de familias acomodadas han sido tratados más de una vez con ese cromatismo por Haneke, tanto en Escondido (Caché, 2005) como en La pianista (La pianiste, 2001), cinta con la que el filme de la realizadora francesa posee otros elementos en común.

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"El último verano" (2023). Fuente: Festival du Nouveau Cinéma

Hay dos caras en el personaje de Anne, al igual que en el interpretado por Isabelle Huppert, quien es la estricta maestra de piano y a la vez la mujer envuelta clandestinamente en una relación sadomasoquista con un estudiante suyo. El personaje de Léa Drucker es la esposa de un hombre que cada tanto va de viaje por trabajo, y madre adoptiva de dos niñas, además de abogada que defiende a mujeres víctimas de abuso. Sin embargo, también se convierte en la amante clandestina de un adolescente en pleno despertar sexual. Lo interesante en El último verano es que la visión del deseo de la protagonista se desvela en la relación con su esposo. En la escena en que tiene sexo con él mientras llega al clímax, exalta verbalmente los signos de vejez del cuerpo de su hombre, y a la vez relata su fantasía de niña con un amigo de su mamá, definiéndose como una “gerontófila”. En otro momento de la película, Pierre le reclama que no participa como corresponde de los actos de una reunión en casa, y Anne le responde que es un “normópata”.


Esa mirada de lo “normal” como una patología habla acaso de la posición que toma el filme con respecto al estado de un cine del presente que no está dispuesto a aproximarse a ciertas manifestaciones de lo sexual, que se ruboriza o moraliza ante ciertas posibilidades de la pantalla. El último verano ilumina esa cercanía de miradas, sonrisas y tactos entre ella y el chico de pelo alborotado y casi adicto al celular, que desemboca en escenas de sexo que no son tratadas desde encuadres explícitos o desnudos frontales, como los que se aprecian en otras películas de Breillat como Romance (Romance X, 1999) o Fat Girl (2001). Son más bien imágenes y sonidos de un goce en el que, a diferencia de la escena sexual con el esposo, prevalece lo no verbal: los primeros planos en los que una bata apenas descubre el pecho de Anne, la respiración agitada, los gemidos que se dilatan. Son animales de placer. La formidable actuación de Drucker transita entre los gestos rígidos y severos de la defensora legal, y el rostro relajado y jadeante, de ojos cerrados, ante el desborde del orgasmo.

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"El último verano" (2023). Fuente: YouTube

Así, la cinta de Breillat se impone como un ataque directo a un cine que considera “normópata”. En esa relación sexual y prohibida es que todo aquel tratamiento fotográfico ya referido más bien transparenta la oscuridad del personaje de Anne. El filme se distancia de aquellas películas que no hurgan en los senderos sombríos que pueden existir en alguien que lucha por causas justas, que es víctima de su fragilidad humana. La inmoralidad de la protagonista lleva a la realizadora francesa a revelar otras capas, que incluso cuestionan asuntos recurrentes en el cine contemporáneo como la sororidad. La cineasta expone una dimensión hasta abominable en la protagonista, dispuesta a usar su condición de mujer para defenderse legalmente de los señalamientos de sus actos, o protegerse en el silencio cómplice de su hermana. “Bueno, soy tu hermana, luego pasaré la página”, es más o menos la frase que le dice en una reunión familiar.


Cierto, Breillat pone en la mira ese supuesto cine “normópata” de una manera compleja y sugerente. Pero, al fin y al cabo, fiel a su mundo, lo que más le importa es el deseo irrefrenable, ese amour fou que exaltaban los surrealistas, que también se hace visible en la actuación de Samuel Kicher: en sus gestos bruscos y ansiosos, y en esas ojeras insomnes ante una lujuria que lo subyuga.


Anne y Théo son atraídos por un deseo tormentoso, dañino, tortuoso. Por eso, al final, como los personajes de Gérard Depardieu y Fanny Ardant en La mujer de al lado (La Femme d'à côté, 1981), se vuelven a encontrar en la noche gélida, a escondidas, en un rincón oscuro, con placer lúbrico. Nos recuerdan aquella frase de la mujer lisiada que hablaba de los amantes locos de aquel filme de François Truffaut: ni contigo ni sin ti. Más allá de las reflexiones sobre el cine y una sociedad que prefiere callar sus yerros, lo que le atrae a Breillat son los posibles y casi salvajes extravíos del melodrama, ante un cine que lo siente enfermo de nuevas variantes de puritanismo y actos de fe.


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